martes, 26 de julio de 2011
Es noche. Me he retirado a mi rincón y me he quedado a solas y a oscuras, tan sólo con el resplandor de la luna que ya comienza a asomar tras las copas de los árboles en la lejanía. El silencio es total y la quietud sorprendente. Algo extraño parece existir en derredor, algo extraño e inexplicable, misterioso tal vez.
Miro a los faroles que cuelgan de las esquinas de la casa. Dan una luz débil y azulada, insinuando las sombras del patio. Algunas mariposas nocturnas vuelan dando tumbos alrededor de sus luces y en su torpe vuelo se estrellan contra los cristales cegadas por ellas.
Todo lo demás parece descansar. Yo empiezo a temer a una soledad que me tortura en mis pensamientos. Temores carentes de sentido que se apoderan de mí y me hacen predestinar un incierto futuro.
Dejo que la noche se cuele por la ventana y cuelgo mis pensamientos en las estrellas antes de entregarme al sueño, imaginando que tal vez esa soledad a la que temo no sea tan solitaria cuando llegue.
Aún es pronto.
Fuera, sigue reinando el silencio.
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