miércoles, 10 de marzo de 2010
Soñé que escapaba de algún lugar que me causaba clautrofobia buscando horizontes nuevos y quedé sorprendida al encontrarme en un sitio conocido. Me adentré por un estrecho sendero, que se insinuaba entre la yerba hacia la masa opaca del macizo de pinos. Bajo sus ramas, estaba aún más oscuro que en campo raso. Un frío húmedo subía de la tierra tapizada de hojas secas. El precoz crepúsculo de invierno agrupaba los pinos como un rebaño. Detrás de los primeros troncos de siluetas familiares, se alineaban sus hermanos misteriosos, todos cortezas gestantes, brazos retorcidos, harapos de negra podredumbre. Tuve miedo, pero aún así me adentré lentamente, a tientas en él.Una raíz rajaba la tierra.
Musgos fofos se hundían bajo mis pies para atraerme hacia algún hoyo lleno de pájaros muertos.
Levanté la cabeza y vi, detrás de los ramajes deformes, el montón de nubes difuminadas sobre un fondo de cielo gris. El mismo viento, que empujaba y despedazaba aquellos monstruos vaporosos, se abismaba allí abajo, en la columna de árboles.
Creí percibir, a lo lejos, el grito trágico de una lechuza, señal inequívoca de desgracias…
Desperté empapada en un sudor frío y tiritando. Me apretujé contra las mantas y vi que tras la ventana se colaba sin tapujos la atrevida luz de la luna.
Yo sentí que no ya no quería moverme de este lugar.
Foto de Aquí
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