lunes, 14 de septiembre de 2009
Ya empieza a dormirse el nardo que hace tiempo floreció. Pétalos tersos, puros y blancos, tímidos, empujados a abrirse a la vida cargados inocencia y de futuro, comienzan ahora el camino de retorno, acelerado peregrinaje hacia una estancia desconocida.
No lucen su color tan níveo ni se muestran tersos como antaño. Ahora van cargados de vivencias que los han tornado sepia y que ajaron un poco su tersura y su aroma, dulces sentidos atrapados en el tiempo vivido.
Marchan cabizbajos, añorando un poco del verde incierto y del rojo brillante que poseyeron, testigos mudos que aseveraban esa pronta primavera.
Encorvados se adentran en un sendero sin meta, duro peregrinaje de permanencia y final desconocido.
Pétalos cansados que obligan al nardo a refugiarse en el único lugar que posee: él mismo.
No lucen su color tan níveo ni se muestran tersos como antaño. Ahora van cargados de vivencias que los han tornado sepia y que ajaron un poco su tersura y su aroma, dulces sentidos atrapados en el tiempo vivido.
Marchan cabizbajos, añorando un poco del verde incierto y del rojo brillante que poseyeron, testigos mudos que aseveraban esa pronta primavera.
Encorvados se adentran en un sendero sin meta, duro peregrinaje de permanencia y final desconocido.
Pétalos cansados que obligan al nardo a refugiarse en el único lugar que posee: él mismo.
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